Me siento hinchada
Me suelo encontrar mucho en consulta o hablando con amigos y conocidos sobre alimentación, el tema de malas digestiones y digestiones pesadas.
En la mayoría de casos, cuando ya notáis que hacéis una mala digestión es porque tenéis unos síntomas evidentes después de comer. Sintomatología tipo me siento hinchada, tengo muchos gases, me crujen las tripas, me noto pesada, etc. son los clásicos y más habituales.
Pero en la gran mayoría de la población esos síntomas están normalizados y creen que es lo normal después de comer. La verdad es que me atrevería a decir que el 80-90% de la población adulta en España (por no decir población occidental) no se acuerda de lo que es una digestión correcta.
Oye Meri, y ¿qué es una digestión correcta? os estaréis preguntando. Pues muy fácil y evidente, sería aquella digestión que casi ni te enteras de ella. Acabas de comer y no te tienes que desabrochar el pantalón, ni salir corriendo al baño, ni sientes un cansancio tremendo con pocas ganas de hacer nada y ni la que te hace tener la mente nublada que puede acabar en migraña. Esa sería una digestión ideal.
Este concepto y todo lo que engloba a llevar una alimentación acorde a un estado saludable para tu cuerpo, ¿quién nos lo enseña?
No nos enseñan a alimentarnos ni en el colegio ni en casa.
Como se suele decir, uno no nace enseñado., pero si con un instinto que con el tiempo lo escondemos. Uno de los mayores problemas radica en que no nos enseñan a alimentarnos ni en el colegio ni en casa. De este tema de la enseñanza podemos hablar otro día, pero os avanzo que lo más importante en la vida no te lo enseñan en el colegio. Estoy generalizando, ya que, por supuesto que habrá excepciones y haberlas haylas, como las meigas.
La educación es la base de una sociedad sana, tanto mental como físicamente. Necesitamos aprender las herramientas necesarias para poder cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente y mantenernos en forma y vitales para afrontar todos los retos que se nos presentan por este sinuoso y maravilloso camino que recorremos en esta vida.
Digestiones ligeras.
Solo 2 cosas son las que necesitas tener en cuenta para poner en práctica unas digestiones que casi ni te enteras de ellas:
- diferenciar los tipos de alimentos en frutas dulces y ácidas, almidones, proteínas y grasas para combinarlos adecuadamente.
- estar presente en la comida, poniendo consciencia en el acto de comer y en un ambiente relajado. Los problemas han de quedar fuera de la mesa.
Poniendo en práctica estas 2 ¨sencillas¨ cosas y una pizca de paciencia, verás que tus digestiones mejoran considerablemente.
Para que un cambio se convierta en hábito no hay más misterio que la constancia, el día a día y, sobre todo, no tener prisa. Esto es la clave para lograr adherencia a un nuevo hábito que, llevado al tema de hoy, sería el digerir sin sufrir síntomas molestos.
Me gusta educar a mis hacientes (actitud activa), que no pacientes (actitud pasiva, a la espera de…), para que se lo pongan lo más fácil posible al cuerpo y dediquen el mínimo de energía indispensable para hacer la digestión. Les enseño el por qué y para qué es fundamental optimizar nuestra energía. No somos una máquina perfecta ni tampoco robots, aunque algunos lo parezcan y otros quieran que lo seamos. Somos vida en todas sus acepciones.
Una forma de lograr optimizar el proceso digestivo es aprendiendo a combinar los distintos alimentos. Algunos lo llaman dieta disociada pero no es así exactamente. Podéis leer más sobre ello en este artículo que publiqué hace unos meses.
Cuando empezamos a tener cuidado de nuestra alimentación normalmente focalizamos la atención en bajar el consumo de grasas saturadas, reducir el consumo de azúcares refinados, eliminar los procesados, reducir el consumo de sal refinada, etc. Evidentemente es un gran paso y tu cuerpo te lo va a agradecer, al poco tiempo vas a notar una mejoría. Pero por norma general no le damos importancia a cómo estamos mezclando los alimentos, y la tiene.
Podemos hacernos una sencilla pregunta:
Imagina un menú completo de un primer plato de pasta a la carbonara, un segundo plato de pollo con patatas y verduras y un postre de helado de vainilla con chocolate. Para acabar un café con un poco de leche. ¿apetecible?
Ahora bien, imagínate todos esos alimentos mezclados en un único plato… ¿te apetece ahora? ¿te lo comerías?
Seguramente la respuesta es no. Pero en cambio sí lo haces con minutos de diferencia, lo que tardas en cambiar de plato o servírtelo.
Comer, alimentarse y nutrirse.
Volviendo al tema, cuanto más complejo es lo que ingerimos, más entorpecemos la digestión y mayor carga ponemos a nuestro sistema digestivo dificultándole absorber los nutrientes de lo que comemos. Y en este punto surge la pregunta, ¿comes para alimentarte o comes para calmar sensaciones y/o emociones?
Si nos fijamos en los niños pequeños que son los que menos influenciados están, aunque les dure poco. No les gusta mezclar demasiadas cosas ni tampoco nos piden que se las condimentemos. Los niños todavía tienen el instinto del hambre virgen, comen cuando tienen hambre. Pero hambre de verdad, fisiológica, no hambre emocional.
Por tanto, la combinación de alimentos es importante en nuestra alimentación y crucial en algunas patologías para poder nutrirse correctamente. Pero no lo tenemos demasiado en cuenta.
Damos mayor importancia a comer más proteínas y menos grasas que no a los nutrientes y como asimilarlos bien con una buena digestión. Las malas digestiones solo suelen preocupar cuando ya hay una sintomatología y malestar evidentes que nos causan daño o malestar.
Deberíamos prestar más atención a lo que nuestro cuerpo nos dice sin esperar a sentir dolor, sin tener que llegar al límite. Pero la gran mayoría no lo hace y, cuando llegan al límite o al dolor, lo que intentan es parchearlos con antiácidos o ¨protectores¨ como el omeoprazol, desencadenando a la largo problemas mayores.
Al ingerir alimentos, éstos recorren todo nuestro sistema digestivo, el cual está recubierto por varias capas, la más superficial y la que está en contacto directo con los alimentos se llama mucosa.
La mucosa hace de barrera entre el exterior (comida) y el interior (sangre). Dependiendo de lo que comamos y cómo lo mezclemos, esta mucosa se verá más o menos afectada, ya sea por irritación o por erosión y se traduce en inflamación.
A mayor inflamación de la mucosa, mayor probabilidad de aparición de sintomatología a nivel intestinal principalmente, que puede derivar en un sinfín de patologías que no tienen por qué limitarse al sistema digestivo. Hablamos de enfermedades óseas, de la piel, neurológicas, hormonales, respiratorias, etc.
¿Veis la importancia que tiene lo que ingerimos y cómo lo ingerimos?
Platos complejos, menos es más.
Tenemos tendencia a complicar los platos, condimentándolos en exceso, haciendo que nuestro paladar se vuelva más exigente en cuanto a sabores. Cada vez necesitamos sabores más dulces o más salados y picantes, haciendo que nuestro umbral de gusto sea más elevado y que necesitemos cada vez condimentar más, aportando complejidad a lo que comemos y perdiendo el gusto natural y propio de los alimentos.
Entonces, ¿cuál sería una buena combinación?
Aquella en la que el cuerpo tenga que invertir la energía mínima suficiente para digerir y aprovechar los nutrientes y que no le reste energía para desintoxicar el cuerpo y para relacionarnos con todo el exterior.
En otro artículo os explicare 4 reglas básicas para empezar a combinar los alimentos de una forma más coherente y no cometer incompatibilidades graves.
Ahora es momento de digerir todo lo que os he contado en este post.
¡Buen provecho!
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