Todo comenzó en mi etapa universitaria, dónde estuve más centrada en priorizar las expectativas de los demás por encima de las mías. Aquella experiencia me hizo pasar por una fase en la que el perfeccionismo e incluso la obsesión por cumplir esas expectativas se apoderaron de mí, desencadenando un trastorno alimenticio.
Después de varios años peleando conmigo misma y enmarañada en un círculo vicioso sin fin, tuve la fuerza de encontrar el camino para tomar las riendas, perdonarme y poder resurgir. Empecé a conocerme y querer vivir de otra manera, cambiando las prioridades y, sobre todo, escuchando a mi cuerpo.
Recién licenciada en Biología entré a trabajar en un centro de reproducción asistida, en el que estuve ayudando a futuros papás y mamás a cumplir su sueño. Tras 8 años sentí la necesidad de explorar otras áreas y decidí seguir otro camino.
Me surgió la oportunidad de trabajar en el sector de la industria farmacéutica, primero promocionando fármacos para distintas patologías y, más tarde, en el área del diagnóstico clínico.
Durante esa etapa de mi vida pude sentir y entender que la visión de la industria estaba muy alejada de mi manera de vivir y entender la salud. Que a la industria farmacéutica y diagnóstica le interesan más los enfermos crónicos en vez de que las personas cojan las riendas de su salud y se hagan responsables de ella.